CÉSAR MÉNDEZ GARCÍA
CONDENADO A PRISIÓN POR UNA CONFUSIÓN
Llegamos a la cita. Salimos de metro Morelos para caminar unas cuantas calles. Nos adentramos en el corazón de la colonia Ampliación Penitenciaria hasta que nos encontramos con él. De complexión delgada, con una estatura de 1.75 y una barba que le cubre la mitad de la cara, nos recibe en la puerta de su hogar. Nos invita a pasar a la sala y nos ofrece cerveza. “Estoy consciente de que me condenaron a prisión por un asalto, porque lo presencié. Yo no lo cometí, ni lo planeé. Tampoco conocía a los involucrados. Mi delito fue ver dicho acontecimiento desde lejos”.
Nacido en la Ciudad de México un 25 de julio de 1983 (actualmente 34 años), felizmente casado, con una hija y esperando otro bebé en camino, César Méndez García nos relata una de las experiencias más trascendentales de su vida: haber presenciado en carne propia la pena de privación de libertad.
Para César, la inesperada pesadilla comenzó en el mes de febrero de 2003, cuando él contaba con apenas 19 años de edad.
“Fue un lunes. Ese día tenía planeado trabajar con mi vecino. Él se dedicaba a pintar casas y un día antes me había ofrecido trabajo; íbamos a pintar un departamento en Lindavista. Me levanté temprano y preparé mis cosas. Fui a tocar su puerta para avisarle que ya estaba listo. Posteriormente, para esperarlo, salí a la jardinera de mi casa que da hacia la calle. Durante ese transcurso algo ocurre: un coche se detiene y varios sujetos lo asaltan. Sucede rápido. Posteriormente los asaltantes se van y el auto se pone en marcha. Yo continúo sentado y pasados 20 o 30 minutos, entran seis policías a revisar mi unidad habitacional. Uno de ellos me pide salir, y yo, consciente de que no había hecho nada, salgo. A una distancia de 50 o 60 metros aproximadamente se encuentra la persona asaltada: una señora, la cual, al verme, grita «¡Sí, es él!». El policía me golpea en el estómago, me pone las esposas y me sube a la patrulla. Ahí empezó el peregrinar”.
Posteriormente, a César lo llevaron a la agencia de San Ciprian (cerca del metro Candelaria), para ahí encontrarse con la víctima del asalto, quien en un estado más relajado dijo “no estar segura” de que Méndez García fuera el agresor de su caso.
“Le dije «Véame a los ojos, señora. Usted bien sabe que yo no fui. No sé si tenga hijos, pero imagínese que algún ser querido está en mi lugar. Se lo pido, por favor. Diga la verdad», pero ella no me miraba, se agachaba y movía la cabeza”.
Durante el transcurso del día, mientras estaba en la celda del ministerio público, César se tranquilizó, pues pensó que con las palabras que había pronunciado frente a la víctima del robo, las cosas iban a cambiar. Fue hasta la mañana siguiente cuando una noticia hizo que sus esperanzas se desmoronaran: la presión de las autoridades obligaban a la perjudicada a declararlo culpable, de lo contrario, sería ella quien sufriría las consecuencias.
El abogado del presunto culpable le comentó la situación. Para que la atentada pudiera “otorgarle el perdón”, tendrían que darle 20,000 pesos. De lo contrario, César entraría a prisión. Su familia, vecinos y amigos más cercanos se movilizaron para conseguir el dinero. Al final del día lograron juntar dicha cantidad, pero de nuevo cambiaron las cosas: no podían localizar a la señora. Se optó por esperar a que la encontraran sin respuesta alguna, lo que provocó que el joven de 19 años, inocente, pisara por primera vez la cárcel.
“A las 7 de la mañana me mandan a hablar para avisarme que a las 9 me trasladarían al Reclusorio Norte, pues al final no se había llegado a ningún acuerdo, por lo que resultaba culpable. A lo lejos veo a mi madre llorando y a mi padre con su cara desencajada. Los judiciales me sacan y me suben a la patrulla. Recuerdo que pasé frente a mi casa y pensé: ¿cuándo volveré a estar ahí?”.
“La primer cachetada moral que recibes en la cárcel es al llegar, porque te obligan a quitarte la ropa. Cuando me lo pidieron, inmediatamente recordé las escenas de violación o abuso sexual por parte de las autoridades en las películas «¿Qué? ¿Nos van a violar? Yo no vengo por violación, ¿Qué hago? ¿Grito? ¿Obedezco? ¿Los empujo?» pensaba. Afortunadamente, otra persona que también iba a ingresar, estaba a mi lado y me dijo que no pasaba nada, que me tranquilizara. Me desvestí y me pidieron hacer cinco sentadillas, cinco lagartijas y cuatro brinquitos, mientras ellos cortaban los extremos de mi ropa (las mangas de mi playera y lo largo de mis pantalones). También me quitaron el cinturón y mis agujetas para después volverme a vestir.
Posteriormente pasé a tomarme la foto de película con mi placa. Me tomaron mis huellas y me dijeron mi delito: Robo agravado, calificado, en pandilla. Con el simple hecho de llevar un agravante significaba que la transgresión era grande «Se me va a complicar», pensé.
Al entrar al área en donde se encuentran todos los reclusos, sientes el dragón, el poder. Toda la energía que se genera. A lo lejos se escucha a la banda gritando «¡Te encargo a ese güerito! ¿Cuánto por ese culo? ¡Mua, mi amor! ¡Al chile quiero esos tenis, ahorita voy a bajar por ellos!». Aunque por dentro sientas mucho miedo, no te puedes derrumbar. Aquí tienes que poner cara de culero. Si te ven que andas pendejeando, la cárcel te come”.
Teniendo como única guía las películas y pláticas de conocidos, César entró a “Ingreso”. Según comenta, en esta área se encuentran las celdas donde acomodan a los reclusos nuevos. La siguiente zona es “C.O.C” y a la última se le conoce como “Población”, donde se acomoda a los presos de manera definitiva.
En Ingreso “viven” de seis a ocho personas en un cuarto de aproximadamente 3 x 2 metros cuadrados, el cual cuenta con cuatro camastros y un retrete.
Todos los presos visten ropa color beige, por lo que es fácil identificar a los “nuevos”, ya que van de civiles. Entre risas, el ex recluso nos cuenta una de sus primeras anécdotas:
“Te identifican inmediatamente. La banda luego luego te aborda. Recuerdo que llegando a esa zona me quitaron mis tenis. Se me acercaron dos güeyes bien malandrones «A ver puto, quítese los tenis». Me dieron unas chanclas como del 9 y yo calzo del 6, ¡méndigas chaluponas!”.
«¿Qué tranza puto? ¿De dónde es? ¿Qué hiciste?». Algo que aprendí es que tienes que aventarte las ñeras. Ahí no tienes que andar diciendo «Me confundieron, yo no fui». Si estás ahí, es porque fuiste. Si estás ahí, es porque algo hiciste. Yo dije que había tumbado a una señora”.
Quizá una de las partes más difíciles de esta experiencia sea pasar la primer noche. El saber que ya no se tiene libertad, que no se cuenta con un espacio personal pues ahora se comparte con tres desconocidos, y sobre todo, la incertidumbre de no saber qué pasa con los seres queridos que se encuentran fuera, sin duda hacen que el conciliar el sueño se convierta en una tarea imposible. Al ex presidiario se le quiebra la voz al contarnos esta parte de su historia.
“La neta no dormí. Tenía unas pinches ganas de chillar. Estaba cansado de estar todo el día fingiendo con cara de maldito, de que no te importa nada, cuando en realidad pensaba en mi mamá, en que apenas era el primer día. Me preguntaba cuánto tiempo iba a estar ahí. Lo que más me dolía era que yo sabía que no había hecho nada. Sentía impotencia, pero aún así no podía llorar. Si lloras ahí no es bien visto, tienes que hacer como que te vale madres, te tienes que hacer culero”.
SOBRE LAS PRIMERAS IMPRESIONES
EL RESPALDO DEL BARRIO
A pesar de que era la primera vez que Méndez García ingresaba a la cárcel, rápidamente pudo crear vínculos con otros reclusos, esto gracias a el entorno tan conflictivo en el que creció.
“La mayoría de la banda era de Mineros, Pintores, Panaderos, todo el barrio. Nosotros colindamos con la Morelos. Somos vecinos. Yo crecí aquí. Fui a la secundaria que está enFerrocarrileros, por lo que conozco toda la zona y a muchas personas que residen en estas calles. Gracias a Dios, eso entre comillas me ayudó, pues varios presos me ubicaron. Me consiguieron ropa y unos tenis. De cierta manera ya no me sentí tan solo”.
“Siempre me he encomendado a Dios. Yo creo que a la tercer noche me escuchó, porque al día siguiente algo cambió: alguien llegó y me tocó la espalda”.
AYUDA DIVINA
“Siempre me he encomendado a Dios y en ese momento trataba de estar en constante comunicación con él «Tírame un paro, tú sabes qué pedo», le decía. Yo creo que a la tercer noche me escuchó, porque al día siguiente algo cambió: alguien llegó y me tocó la espalda. Cuando volteé y lo vi, pensé: ¡no mames! Me dijo «¿Tú qué pedo güey? ¿Qué haces aquí?». Le empecé a contar mi historia, pero él me detuvo para decirme que ya la sabía «Sí supe, por eso te vengo a ver. Mira, carnal, las cosas están así: yo estoy en C.O.C, pero sólo comparto el cuarto con otro güey. Cuando te pasen para allá, en caliente me buscas. En mi casa (refiriéndose a su celda), tenemos comida, tenemos tele, tenemos play station. Tú tranquilo. Quien se quiera pasar de verga o algo, me dices».
Les cuento quién era: tiempo antes de que me arrestaran yo tenía una noviecita, la cual de un momento a otro me dejó. Pasaron los meses y me di cuenta de que me había terminado por otro güey. El tipo era pesado, la maldad, de respeto. La banda lo conocía en Tepito, en Morelos, en todos lados. Siempre traía naves chidas, estaba lleno de alhajas. Cuál fue mi sorpresa cuando me lo vengo encontrando en la cárcel. Ese güey tratándome chido cuando la neta ni nos llevábamos. Una parte de mi decía «Culero, me bajó a la que era mi novia», por eso, aunque al principio sentí tranquilidad, después sentí desconfianza”.
ACERCA DE LAS SENSACIONES
“Pasaron 10 días del acontecimiento hasta que una noche me trasladaron a C.O.C; cuando te cambian de un área a otra se le llama «Remesa», y puede haberla cada tres días o cada semana. Siempre es por la noche y los policías pasan dando macanazos a los barrotes de las casas para despertar a todos. Es una sensación indescriptible, nunca la había sentido. No sabes qué va a pasar o con quién te tocará convivir en tu próxima celda. A lo lejos escuchas los gritos que sólo sirven para espantarse más «¡Culo les va a hacer falta! ¡Ahorita los vamos a meter a bañar!». Mis compañeros de Ingreso me recomendaron irme sólo con una cobija, por si las personas de C.O.C intentaran robarme.
Llegamos a mi celda. Éramos como 22 personas. En medio había un foco prendido y había unos güeyes fumando piedra. Escuchas el cantar de las ratas. Fue la primera vez que dormí «de a murciélago», parado y agarrado de los barrotes. Esa noche tampoco pude conciliar el sueño”.
César, a simple vista puede parecer una persona seria, sin embargo, es sumamente carismático y expresivo para hablar con nosotros. Se levanta del sillón de su sala para recrear distintos escenarios, imita sonidos y voces que nos ayudan a comprender mejor la historia, y sobre todo, maneja la situación con tal sentido del humor que es imposible evitar soltar carcajadas aún cuando las anécdotas tienen una atmósfera sombría.
“Nunca he sido muy pudoroso pero siempre me ha gustado tener mi espacio. La regadera era algo de no mames. Me acordaba del filme de Sangre por Sangre y pensaba «Ahorita se me va a caer el jabón y quiero tu chon chon». Te soy sincero, la primer semana en Ingreso no me bañé. Tenía miedo de que me violaran, pero hubo un momento en el que tuve que hacerlo. Comprabas tu bote, el cual costaba 25 pesos y calentabas tu agua con una resistencia.
Un día me metí a bañar con mi botecito de agua caliente. Me acuerdo que era un sábado porque me iban a visitar mis padres. ¿Cuánto me habré tardado en lo que cerré mis ojos para lavarme la cara? ¡Cuando los abrí ya me habían robado mi bote con agua caliente! ¡No manches, vale queso!”.
—¿Tenías visitas constantemente?
—Una de las virtudes del ser humano es que puede adaptarse fácilmente a cualquier situación. Cuando me movieron a C.O.C yo ya estaba relativamente acostumbrado, pero lo que te podía pegar o lo que te dolía mucho, eran las visitas. Ver a mis padres era reconfortante, pero mirar sus caras de angustia me dolía.
También dos amigos iban a verme entre semana, con ellos el pedo era más relax. Les platicaba de las personas que había conocido dentro, incluso ellos también los conocían. Gracias a eso, con el paso del tiempo fui formando cadenas de amistades.
—¿Consideras entonces que tu estancia fue más liviana al crear esos vínculos?
—Sí, pero creo que todo eso es gracias a Dios, porque yo nunca busqué a nadie ni hice nada. Pienso que se juntaron las oraciones de toda la gente que rezaba por mi, como la genkidama de Gokú.
Dios me mandó a alguien para que valorara, para que me la llevara más relax. Un día llegando a mi celda, me reencontré con el güey que me había bajado a mi novia, el que me había hablado desde Ingreso. Me llevó a su cuarto. Al caminar hacia allá me di cuenta de que él vivía en la zona donde se encontraba la gente de poder. Imagínate: mi celda era para seis personas y vivíamos casi 22. En la suya, a pesar de medir lo mismo que la mía, ¡vivían sólo dos personas! Tenía una pantalla, play, cafetera, horno, refrigerador, colchón, sillón, ¡no mames!
Me dijo “mira, carnal. Al chile no te puedes venir a vivir aquí, pero cuando te quieras chingar un refresco, cuando quieras venir a jugar play o a dar un baño, sin pedos, lo que quieras. Nadie se va a pasar de verga contigo”. Me quedé impresionado, pensé que eso sólo existía en las películas.
A pesar de que el ex presidiario comenzaba a hacer amistades dentro del Reclusorio Norte, constantemente se preguntaba sobre la solución de su caso, pues estaba por cumplir un mes tras las rejas y hasta entonces no había visto a su abogado. Uno de los días más tristes fue cuando lo llamaron a juicio para darle su “Auto de formal prisión”, papel donde según él, se corrobora que el acusado es culpable.
“Vi a mis padres muy tranquilos. El abogado me dijo «Mira, lo que tenemos a favor es que hemos tratado de contactar a la señora, pero no se aparece. Esto nos da a entender que no va a venir a las audiencias y vas a ganar porque no hay quien te acuse. El único problema es que tiene que pasar tiempo. Te tienes que aguantar tres meses». Posteriormente hablé con mi padre para tranquilizarnos”.
ENTRE ASESINOS Y VIOLADORES
“Otra película: la remesa para Población.
Ahora sí que el reclusorio en serio, en donde está la banda más loca, secuestradora, violadora, matona, con 30, 50 años de condena, es en Población.
Normalmente a los que vienen de C.O.C los mandan a los anexos, en los cuales se encuentran presos relativamente nuevos. De cierta manera estaba tranquilo porque sabía que no me tocaría en alguna celda con la banda más loca. En Población los cuartos se dividen, por ejemplo: en el 2 y 3 estaban los asesinos, el cuarto 4 era de gays, el 5 de delitos federales, el 7 era de pura banda que venía de tutelares, esos eran los más locos. La celda 8 era de violadores. Te acomodaban según tu delito.
Nos trasladaron a 12 personas más o menos. Nos detuvimos en la celda 5 y un custodio pronunció mi nombre, lo que quería decir que me darían un dormitorio dentro de Población. «¿Güey, no me tocaba anexo?», le pregunté. «Yo no doy las órdenes», me respondió”.
Recuerdo mucho ese día. Eran las 10 de la noche y estaba jugando México contra Argentina. Era la primera vez que la Selección Mexicana portaba un uniforme patrocinado por Nike; lo sé porque cuando entré a mi nueva casa había un güey mamadote viendo el partido en una tele”.
“Mientras yo esté aquí, nadie se va a pasar de verga contigo”. En ese momento me di cuenta de que era real, de que ya no tenía nada que temer”.
A César no le salieron las cosas como esperaba, pero le fue relativamente bien. Todos en su celda eran tranquilos y trabajaban, por lo que él también comenzó a hacerlo en un puesto de quesadillas. Alejarse de las drogas fue esencial para él, pues asegura que tener vicios en el reclusorio, puede tener grandes consecuencias.
“Una vez, mientras estaba en C.O.C vi cómo picaron a alguien por no pagar sus drogas. Yo estaba en mi celda, y a dos de esta entraron varios tipos buscando a un güey. Después llegaron los policías y lo sacaron cargando. Minutos más tarde salí en chanclas hacia las regaderas porque me iba a bañar. Cuando estaba caminando me di cuenta que debajo de mis pies había un charco enorme de sangre”.
DEL KARMA Y LA AMISTAD
“Días después en Población, fui a buscar a ese güey (al que me bajó a mi novia). Recuerdo que que esa vez fue muy especial, porque al fin pudimos sincerarnos y abrirnos mutuamente.
Fuimos a su casa, la cual era la última del pasillo. Era como película de gangsters: entrando había un recluso con los brazos cruzados. Cuando voy a pasar me pone la mano para restringirme el acceso, a lo que el otro güey le dice «Viene conmigo», entonces me suelta y se hace a un lado. Paso. A mi siempre me han gustado los tenis, por eso lo primero que me impresionó fue ver un mueblecito como con 20 pares; puro Jordan, Nike, los modelos de aquellos entonces que estaban de moda, todos originales. Abajo del mueble estaba toda su ropa acomodada en ganchos. Toda era beige, pero de marca. Del otro lado estaba un gordote malencarado con una báscula pesando mota, me saludó y me hizo la plática, dándome a entender que el otro tipo ya le había dicho quién era yo. «Nadie se va a pasar de verga con usted», me dijo.
Por la noche, el güey me fue a buscar para ir a cenar tacos. En ese momento me di cuenta de que era real, de que ya no tenía nada que temer.
«Al chile te has de preguntar por qué me porto así contigo, ¿no? Yo sé que me pasé de verga. Yo sé que tú querías mucho a esa chava. Lo tengo bien presente, porque la neta esas cosas se regresan, y a mi ella me hizo lo mismo. Estoy aquí por eso. Teníamos planes de casarnos y en ese entonces me salió un tiro chingón, íbamos a tumbar unos trailers de Liverpool. Ganamos, los tumbamos y nos chingamos la feria; eran 18 camiones. Al final me agarraron y esa vieja me dejó morir aquí, yo me vine a chingar. Ahorita estoy empinado y esa mujer ni sus luces. No dudo que se esté gastando el varo con otro cabrón. Siento que estoy pagando, por algo llegaste aquí conmigo y por eso quiero hacer algo por ti. Mientras yo esté aquí nadie se va a pasar de verga contigo».
Si algo agradezco de aquella relación, es haber conocido a este güey, pues por él mi estancia en la cárcel fue menos amarga”.
César omitió el nombre de esta persona, también comentó que hace mucho tiempo que no sabe nada de él, pero reconoce el apoyo que le brindó a su persona y a sus padres. Les ofreció ayuda para conseguir abogados, dinero y comida, entre otras cosas.
LA LUCIÉRNAGA EN LA OBSCURIDAD
Faltando poco para cumplir dos meses dentro del Reclusorio Norte de la Ciudad de México, Méndez García recibió un aviso por parte del abogado: al parecer las cosas se estaban arreglando. Se vislumbraba un panorama distinto. Durante esos días dice haberse puesto a reflexionar, pues considera haber valorado todo lo que le rodeaba dentro y fuera de la cárcel.
Habló con quien se había convertido en su amigo y protector y le explicó la situación de su caso. Este lo abrazó y le dio un par de consejos. Eran momentos agradables, confiesa César, pues presentía que pronto iba a salir de allí.
Pasados tres meses y medio lo llamaron a juicio, al parecer había noticias nuevas. Cuando César nos cuenta esta parte, su rostro se llena de lágrimas y sus expresiones se vuelven efusivas.
“La jueza me mandó a llamar. «Jóven Méndez, ya se va. Aquí está su hoja, su libertad. Valore porque ya sabe como están las cosas por aquí. Una disculpa de antemano por todo el proceso que tuvo que pasar. Ya se va».
¡Quería gritar! Así como cuando se grita un puto gol, ¡A HUEVO! Quería mentar madres de todos esos pinches traumas que me tragué, de todos los momentos en los que no pude llorar para no mostrarme débil. Quería sacar todo lo que tenía atorado.
Me dieron mi hoja e inmediatamente subí a ver a mi amigo. Le dije que ya me iba y me volvió a abrazar. Me ofreció trabajo, dinero y me deseó lo mejor. Le di las gracias y me dirigí a mi celda. Todavía quería gritar «¡Me voy a la verga, ya no voy a estar aquí! ¡Chinguen a su madre!».
Más tarde llamó a la puerta un custodio, eran como las 8 de la noche. Dijo mi nombre y yo sabía que era el momento de irme”.
Por los trámites y el papeleo que se tuvo que hacer posteriormente, Méndez salió hasta las dos de la mañana. Le recomendaron quemar la ropa que llevaba, de lo contrario, “regresaría por otra cana”. Otro de los consejos que recibió por parte de los reclusos, fue el de no voltear hacia atrás cuando se dirigiera a la salida.
—¿Qué sucedió al salir del reclusorio?
—Veo a mis papás y a otros familiares. Qué emoción. Grité y hasta ese momento pude llorar. Llegué a mi casa y me estaban esperando unos amigos. Dormí en mi cama, sábanas limpias. Es increíble como cositas que aparentemente son insignificantes se vuelven necesarias cuando estás preso. El simple hecho de escuchar a un perro ladrar me sorprendió. Al día siguiente fuimos a La Villa. Me sentí tranquilo y agradecido.
—En los meses posteriores a este acontecimiento, ¿a qué te dedicaste?
—Estudié un semestre de psicología y cambié de residencia. Me fui a vivir a Puebla por casi tres años porque tenía miedo. Veía patrullas y sentía que me iban a agarrar otra vez.
Después, en el 2007, se me presentó la oportunidad de irme a Estados Unidos con unos familiares, así que me fui de inmigrante a la ciudad de Nueva York. Lamentablemente regresé un año después porque me agarró la migra. Todavía tengo deseos de volver, ya que siento que el sueño americano tuvo que durar más, inclusive yo ya no tenía planes de regresar a México.
Al volver de Nueva York me mudé al barrio otra vez. Tuve una novia con la que duré seis años y ahora es mi esposa.
—¿A partir de ese suceso concibes la vida de otra manera?
—Sí, muy cabrón. Antes de entrar a prisión llevaba tres años sin estudiar. Al salir de ahí terminé la preparatoria e ingresé a la universidad. Pensaba más en las consecuencias de mis actos, trataba de tomar las mejores decisiones.
Aunque yo estaba consciente de que no había hecho nada, sé que las cosas pasan por algo y de alguna u otra manera pienso que esa experiencia me ayudó.
En el reclusorio conocí y aprendí de todo. Conviví con personas inocentes y también con personas culpables, malas. Experimenté sensaciones que nunca en mi vida había sentido. Estoy seguro que nunca más quiero pisar ese lugar. Es muy cierto eso que dicen: “la cárcel y los hospitales no se le desean a nadie”. Son lugares horribles, yo toco madera.
—¿Consideras entonces que a partir de estas experiencias has crecido como persona?
—Sí, mucho. Me doy cuenta. A lo largo de mi vida me han pasado muchas cosas, incluso he estado a punto de morir, pero siempre de alguna u otra manera salgo. Si algo tengo ahora es que soy muy positivo.
Uno crece y cambia, madura. En este momento de mi vida, como padre, tengo que estar preparado para cualquier cosa. El bien y el mal existen, y uno como ser humano debe estar preparado para afrontarlos a ambos.
—¿Qué es lo primordial en este momento de tu vida?
—Mi familia. Que mi esposa y mis hijos sean felices. Ahora que tengo una hija me he percatado de varias cosas. Uno no nace culero, uno no nace ratero, uno no nace odiando o siendo mentiroso. Se hace. Lo hacen.
Uno como padre es la clave de todo eso, por eso debemos procurar educar a nuestros hijos para que el día de mañana no haya problemas. Trato de buscar la felicidad de mi familia. Que se sientan orgullosas de lo que son y de lo que hacen.
“Estoy consciente de que el cambio de la humanidad está en nosotros como padres y la manera en que educamos a nuestros hijos.
La vida es
un constante aprendizaje”.
Octubre, 2017.