De cuando la CDMX se oscureció:
SHE PAST AWAY
EN CONCIERTO
De cuando la CDMX se oscureció:
Mi ex novio era metalero. A mi no me gustaba su música, pero lo acompañaba a sus festivales y conciertos porque lo que hace el amor. Mis verdaderas inclinaciones musicales rayan en los ochentas. La era del sintetizador es mi hit. Cuando Ian se suicida y los integrantes arman New Order. Cuando el Synth pop. Cuando el Dark Wave. Cuando el Cold Wave. Cuando el EBM. Cuando el Industrial.
El problema con los ochentas es que fueron fugaces. Los pioneros de estos géneros ya no existen. Las bandas se desarmaron. Fad Gadget se murió. Depeche Mode se afresó (más), y ahora el reggaetón mueve al mundo. Son muy pocas las bandas contemporáneas que continúan con el legado. Es poca la escena en México que quiere que siga ese legado.
¿Y ahora quién podrá salvarnos?
Fue el último sábado de mayo cuando lo supe. Vestir de negro no era obligatorio aunque lo parecía. Las Dr. Martens hacían juego con el uniforme de los asistentes. El Cosa Nostra para mi era un lugar desconocido, pero una vez que entré me di cuenta de todo. No era un recinto para conciertos, y aunque los ventiladores y las luces apagadas del lugar trataban de amenizar la temperatura, el sudor en la frente y el delineado corrido era evidente.
Una, dos, cuatro, seis cervezas para no hacer tan larga la espera. Me aguanto y me voy a una mesa con la amiga que me acompaña. A las nueve con treinta sale un Dj y a las 10:30 otro. Se escuchan los clásicos del género. La gente baila, bebe, se quita la camisa. A las 11 una banda mexicana llamada "I Can Fly" se coloca en el escenario. Me levanto de la mesa y me empiezo a meter entre la gente. Sé que la hora se acerca. Jalo a Joana, pero como que ya no quiere. Dice que tiene calor, que hay vidrios en el piso, que se va a desmayar. Yo ya sabía que me iba a salir con alguna chingadera. Era obvio. Ella sólo ha ido a un concierto en su vida, al de Metallica y estuvo en gradas. Ni porque mide casi treinta centímetros más que yo y le es más fácil no sofocarse. Estamos en eso cuando la banda se quita sus instrumentos, agradece al público y se va.
Me hago un chongo. Puta madre, no sé en qué estaba pensando cuando me puse camisa de manga larga.
Estamos como a veinte personas del escenario y cuando dan las 12:10 de la madrugada, entiendo todo.
Desde las profundidades de la tierra emergen dos siluetas. De entre el humo del escenario y el calor de la cueva en la que nos encontramos, dos cuerpos altos y delgados se posicionan frente a nosotros. No podemos ver sus rostros. Ni el flash de los teléfonos celulares nos ayuda. La neblina nos invade, viene con ellos. Y detrás luces verdes y rojas cambian el color del par de sombras, que ahora, ha puesto a gritar al público. Que ahora, ha puesto a bailar al público. Que ahora, está tocando Insalar y entonces lo sabemos: She Past Away está entre nosotros.
Y esto no es un Panteón Rococó ni un Café Tacvba. Nadie se empuja. Cada quién tiene su espacio para bailar y cada cuerpo interpreta al sintetizador de diferente manera. El calor no se detiene por nosotros, pero nosotros no nos detenemos por él. Ni por los vidrios del suelo, ni por nadie. El de al lado me da chela. Me quito la camisa y me quedo en bra. No soy la única y no hay problema, nunca había estado en un show tan respetuoso. Nunca había visto al público de verdad ser público, enfocarse en la música y olvidarse de sus celulares, del de al lado, de todo.
Los turcos se detienen apenas quince o veinte segundos para pasar a la siguiente canción, excepto cuando saludan y agradecen en un muy mal español, mientras nosotros aplaudimos, gritamos y también les agradecemos bailando.
Y durante las 17 canciones que Doruk Ozturkcan y Volkan Caner tocan, me siento en alguna reunión subterránea de las décadas pasadas. Me encuentro dentro del trailer que Macaulay Culkin se roba en Party Monster. Estoy hasta Manchester, hasta las fiestas de Factory Records.
El setlist la rompe, tocan todas mis favoritas. Con Ruh me desarmo y con Monoton me armo. Aplaudo, cierro los ojos, no dejo de moverme. Un pensamiento pasa por mi mente: disfruta, esto no existirá por siempre.
Después de casi dos horas por fin vemos el rostro de las siluetas. El sudor también les cobró factura en el maquillaje, sin embargo una sonrisa se les dibuja en el rostro. Se inclinan ante nosotros. Nos aplauden y nos agradecen.
Se desvanecen del escenario y entonces el calor también desaparece. El bar se comienza a vaciar. Veo una fila y aunque no sé para qué es, me formo. A las tres de la mañana abrazo a los turcos. Ojalá pudiera hablar su idioma y platicar con ellos para decirles, que al menos por esa noche, me sentí en casa, porque al menos, por esa noche, viví en el pasado.
Mayo, 2017.