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sobre la confianza y las calaveras literarias
Cuando cursaba el segundo grado de primaria (2002 aproximadamente), más o menos en estas fechas, el maestro Gabriel, cuyo apellido no recuerdo, nos pidió escribir una calavera literaria para que no se perdiera la costumbre de reunir a vivos y muertos en un solo texto.
Yo en ese entonces, con siete años, soñaba con crecer y ser escritora, me gustaba leer. Hay días en los que me frustro porque pienso que he perdido ese gusto o porque no me siento "al nivel" de lo que se supone debería entender una persona de 22 años, porque me aburre Lévi-Strauss o porque me duele la cabeza con los primeros párrafos de Hegel.
En fin, con la creatividad y la influencia de todos los cuentos de terror para niños que había leído hasta ese momento, me puse a trabajar en mi composición. Hice casi una cuartilla y a pesar de que sabía que era muy extensa, no podía eliminar ninguna estrofa; todas me parecían excelentes.
El profesor ni siquiera la calificó, pero no me importó. Mi mamá en ese entonces se encontraba haciendo estudios de posgrado en Odontopediatría, por lo que llegaba tarde a casa. Tampoco importó. La esperé todo el día para poder mostrarle mi trabajo.
Saqué el cuaderno de la mochila y lo abrí en la hoja en la que había escrito mi calavera literaria. La leyó y yo esperé ansiosa por el veredicto final.
"Tú no la escribiste, está muy bien hecha. El maestro se las dictó, no seas mentirosa".
Toda la confianza, la satisfacción y el orgullo que había sentido por mi increíble redacción hasta ese momento, se esfumó al mismo tiempo en el que ella, terminando de pronunciar aquellas palabras, se volteó a la computadora para ponerse a hacer su tarea.
Ayer le pregunté a mi mamá si se acordaba de esta anécdota. Me dijo lo que ya imaginaba: no.
Mis amigos más cercanos me han motivado a escribir. Algunos profesores me han sugerido que me inscriba a concursos, pero hasta el día de hoy no me considero suficiente. Tengo miedo y tengo grandes inseguridades. Me comparo con otras personas y pienso que en realidad soy muy mala. Quizá debería dedicarme a otra cosa. Estoy pensando que este choro es demasiado largo y nadie lo va a leer.
Perdí el tiempo otra vez. Si tienes hijos, hermanos pequeños o convives con niños frecuentemente, por favor, no desprecies su trabajo. Mucho de lo que somos como adultos, es reflejo del cariño, la atención y la educación que recibimos como infantes.
Por cierto, esta anécdota es mía. No la saqué de ningún lado ni me la dictó nadie.
Noviembre, 2017.
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